04 junio 2010

Uno entre once



El entrenador ha elegido. Once son los futbolistas que saltarán al terreno de juego para defender una camiseta, un escudo, una afición, unos intereses, un club. La gente que ocupa las gradas observa cómo sus ídolos avanzan hacia el centro del campo, concentrados en la tarea que han de desempeñar, en los noventa minutos que por delante tienen para superar a su rival y salir ganadores del encuentro. Una camiseta, sea del color que sea es, además del escudo, lo que distingue a su club del resto, pero entre los once a uno de ellos se le ve diferente, su camiseta y pantalón es de otro color y sus manos están cubiertas. Todos sus compañeros estarán durante noventa largos minutos corriendo sobre el césped, él no, él se ubicará bajo tres palos y hará de dos rectángulos a un lado del césped su hábitat natural. Es el portero.


Algunos desprecian el deporte rey afirmando que tan sólo son 22 jugadores corriendo detrás de un balón, pero él se sale de esa ecuación, él no corre detrás del balón sino que espera a que el balón llegue a él. Sabe que sus compañeros harán lo posible por evitarlo, que están delante suyo y procurarán evitarle intervenir en el partido, evitarle hacer su trabajo. Qué contradictorio. Él tiene la responsabilidad de ser el último bastión antes de que el rival suba un gol al marcador. El gol… la salsa del fútbol, dicen. Los delanteros, los más cotizados, los que se llevan todos los flashes, los héroes del partido. El cancerbero, al igual que el mítico perro de tres cabezas que protegía las puertas del infierno, ha de evitar que un balón traspase la puerta que él defiende, el antihéroe, el villano de la historia, el que ha de evitar la euforia del gol.


De él dicen que está loco, que la soledad del área y su lejanía del juego le trastocan. No creo más que alguien que, por ejemplo, pase el día metido en un despacho. Él conoce su trabajo, su misión es distinta a la de sus compañeros y lo sabe. Sabe que ha de mantener la concentración, que en cualquier momento el enemigo puede intentar invadir su territorio, la portería, su hogar. Él es el primer estratega dentro del terreno de juego: como un Rey en un tablero de ajedrez detrás de sus peones, es protegido por estos y debe ayudarlos a formar de la mejor manera posible de modo que los ataques no lleguen a él. Su visión es privilegiada. A veces siente impaciencia, impotencia por no poder ayudar a sus compañeros a ir hacia la portería rival y ganar el encuentro, sabe que debe esperar su momento y permanecer alerta. Pero él es diferente, el se destaca del resto, él viste de manera distinta, él puede usar las manos.


El partido ha terminado, su equipo ha ganado por dos a cero y los titulares contarán quién marcó los goles, quién atacó mejor, quién hizo la jugada más espectacular. Sabe que los goles serán más aplaudidos que sus intervenciones, y sin embargo sus errores serán más castigados que los de cualquiera de sus compañeros. Pero él lo sabe, lo acepta, conoce las reglas del juego, le hacen más fuerte. Esos titulares se centrarán en el dos, pero rara vez se harán eco del cero, en quién contribuyó a que ese cero permitiese también ganar el encuentro. Pero él sabe que ha sido importante, él sale del terreno de juego con una sonrisa, orgulloso de su trabajo, satisfecho con su buen hacer.


Lleva el número uno. Es el portero.

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